viernes, 20 de marzo de 2009

Inseguridad: los medios, los miedos, la muerte y el control

Las agendas mediáticas y sus respectivos planes suelen ser bastante predecibles. Durante cierta cantidad de meses explotan un recurso a fin de implantarlo en la sociedad con la fuerza de un taladro, para luego saltar a otro cuando este se acaba y genera hastío en los espectadores. Sin embargo, un tema es recurrente: la inseguridad. Durante el conflicto patronal sobre la resolución 125, estas noticias parecían haberse evaporado, como si los hechos violentos hubieran dejado de ocurrir. Pero ahora, hasta los robos de cartera e intento de manoteo de celular son noticia. Es llamativa, a su vez, la operación realizada sobre la muerte de policías, quienes ahora pasan, en el imaginario mediático, a ser llamados “héroes”, sin importar que una semana atrás se descubría a la policía como participante activa de secuestros, violaciones, robos del tipo comandos, “transas” para mandar presos a robar, y demás. Se hace necesario agregar desde nuestro lugar a esa lista, un par de acusaciones-verdades: gatillo fácil, estigmatización del pobre, represión servil de toda protesta; en fin, elemento de coacción e intimidación que preserva al Estado y al Capital de las piedras del hambre y la bronca.

“El que mata, tiene que morir”

Dentro de este programado marco de violencia, la muerte de un asistente de Susana Jiménez disparó una polémica frase que desenmascaró las intenciones reales de los promotores de la inseguridad: “El que mata, tiene que morir”. Contundente como un tiro a la cabeza, la frase se expandió entre lo más rancio y reaccionario de la sociedad llegando hasta (temor mediático mediante) a sectores más moderados. Incluso el otrora paladín del progresismo, Jorge Lanata, dedicó uno de sus editoriales a tratar el tema de manera ambigüa, aunque dejando la balanza a favor de la pena de muerte. Pero no es solo el deseo de exterminar el que mueve a este grupo (al que se sumaron renombradas figurillas televisivas, patéticos líderes de opinión de esta sociedad sometida al pan y circo mediático), sino también el de arruinar pibes en vida, pidiendo la vuelta del servicio militar obligatorio. La nefasta y trágica colimba, que además de promover los más nefastos y negativos valores (obediencia ciega, disciplina cuartelera, fidelidad a la bandera y odio a lo diferente), se cobró la vida del conscripto Carrasco, y gracias a las manifestaciones en su contra, fue suspendida (no derogada) en el año 1994. La excusa es “alejar a los chicos del paco”, para lo que los promotores de la muerte quieren dejar a los jóvenes en manos de quienes ayer los desaparecían, como si ser un correlimpiaybarre fuera escuela de formación de personas. Frente a estas posturas que parecían enterradas en el tiempo, debemos oponer nuestras banderas históricas de oposición a los ejércitos y a la guerra, como agentes de falsa unión de la sociedad bajo la mentira patriótica, ocultamiento de la lucha de clases y división del proletariado internacional, a fin de sojuzgarlos en cada territorio por separado.

Y dios metió la cola

Como corolario temporalmente final de este plan del terror, se desarrolló en Plaza de Mayo un acto “contra la inseguridad”, en la que fueron oradores el rabino Bergman y el sacerdote Marcó. Pretendidamente apolítico, y refugiados en la farsante imparcialidad del religioso, fueron incapaces de ocultar el afán electoralista, con los constantes llamados del rabino a participar en política, ser fiscales de mesa (“evitemos que nos roben nuestros votos”) y comprometerse ciudadanamente; además de las veladas críticas constantes al kirchnerismo. La concurrencia tampoco disimulaba su filiación, al haber entre sus filas negacionistas del genocidio del 76 y promotores de actividades del nazismo criollo. La nota discordante la daba un pequeño grupo de familiares y amigos de una víctima del gatillo fácil, quienes casi en los bordes de la plaza, fueron ignorados en el discurso oficial y en el espíritu de la audiencia. Como siempre, los muertos de la pobreza y la protesta son olvidados, catalogados como simples errores humanos de individuos aislados, y no como práctica sistemática y enquistada en la peor de las instituciones burguesas. Sin embargo, es nuestro deber recordar a tantos compañeros caídos en las manos de la represión y la mano dura. Porque la seguridad no se gana con balas, sino con pan en la mesa, libros en la escuela y trabajo genuino para los jóvenes. Por Darío y Maxi, Teresa Verón, Petete Almirón, Carlos Fuentealba y tantos combatientes anónimos, caídos en la lucha por una sociedad justa para todos.

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