miércoles, 23 de mayo de 2007

Acto y Consecuencia

Cada silencio esconde un secreto, y cada muerte provoca una soledad. Los pensamientos ocultos, aquellos que por prudencia o trivialidad no fueron dichos, se pierden en el limbo del olvido y se vuelven un misterio. Incluso para aquel que los creó, quien diez segundos después, ya no recuerda haberlo hecho. Sin embargo, nada se pierde, todo se transforma. Esos impulsos nerviosos, luego de haber sido desechados por el olvido, vuelven a correr, persiguiendo nuevas mentes y pensamientos. Tratan de volverse actos, de alcanzar, sin importar como, un soporte físico. Una letra en un papel, un beso de amor, una mirada cruel, una imagen en una película, un último abrazo de adios, un viaje a cualquier lugar, un trago que queme la garganta, un grito en una canción, un gemido de placer.
Desafortunadamente, de cada cien millones de ideas, solo una se vuelve realidad. Por cierto que no será aquella que todavía no te conté, ni la que cruza por tu mente en este momento. Ni siquiera estas palabras, que jamás verán la luz. Y de hacerlo, morirán apenas dejes de leerlas, en busca de una mejor suerte en su próxima encarnación. Mientras tanto, les dejaremos flores.

lunes, 21 de mayo de 2007

Después

Desperté. La sensación de que lo perdido no volverá jamás palpitaba en la acidez que trepaba por mi esófago. Dolía abrir los ojos, por lo que permanecí en la misma posición, soportando los embates de luz que se filtraban por las rendijas de la persiana. Finalmente, arrastré mis huesos afuera de la cama, en dirección a la ventana. Decidido a llevar adelante este simulacro de bipedismo, levanté de un tirón la persiana. Abajo, el mundo bullía.
Escupí. Por primera vez, reparé en que podía haber alguien debajo. Recordé como jugaba, a los diez años, a tirar bombuchas llenas a los taxis desde mi balcón, y la felicidad que me provocaba verlos acercarse por la esquina. Volví al hoy, y descubrí que no me importaba. Nuevamente escupí un trago amargo, y pensé en los recuerdos. La ironía de acordarme mejor de una tarde diez años atrás que de la noche anterior, me hizo sonreir.
Pensé. La noche anterior, como tantas otras, no era más que un conjunto de sensaciones, impresiones, gustos, palabras perdidas y olores varios. Pude volver a verla, yéndose, jurando que nunca más iba a volver. Quise matar al Papa, pero solo desgarré un recorte amarillento de la última visita de Juan Pablo II que adornaba una pared. Y en mi mano, los rasguños de una botella de cerveza rota. Ahora, después de sentirlo, es cuando entiendo que lo perdido no vuelve. Jamás.
22, quizás alertado por el ruido de la persiana al subir, vino a buscarme. Una oreja al techo manchado de humedad, la otra al parquet astillado. Movía lentamente su alegría de verme, y su lengua afuera parecía decirme "Buenos Días".
"Ni buenos, ni días" pensé yo. "es de tarde, ya, y no hay nada bueno hoy. Ni buenos, ni días, solo otra asquerosa tarde de domingo"

Otra asquerosa tarde de domingo.